No se puede gobernar impunemente. Ni escribir, en América Latina menos que en ninguna parte. Hoy, la malicia o la ingenuidad cambian de nombre: ante el drama de cientos de millones de hombres sumidos en la miseria, la desesperación, el abuso, continentes sometidos al estado de sitio, a la barbarie; son cinismo o complicidad. La palabra es demasiado importante. Siempre lo fue. Pero en otras sociedades coronaba o sacralizaba el Poder: Hoy es Poder: El análisis de JP Faye es justo: Los sistemas totalitarios son una manera arbitraria de leer la historia. Hitler asalta el poder, instaura el nazismo y provoca la guerra a partir de una lectura arbitraria de la Primer Guerra Mundial. Así funcionan todos los totalitarismos. ¿Qué hay detrás de las infatigables supresiones o modificaciones de las enciclopedias totalitarias?: el deseo de modificar el pasado. Porque la ocupación de la historia es fundamental. Los ejércitos pueden conquistar un territorio: hoy sólo los medios de comunicación pueden mantenerlo. El objetivo final de la Televisión mundial es la creación de un mundo de esclavos felices.
Las estructuras de Poder reposan en las infraestructuras de la Palabra. Y al revés: sólo la Palabra puede corroer la estructura de Poder: ningún cambio, ninguna revolución son posibles sin imaginaciones reductibles a palabras. Para conquistar el paraíso se requiere imaginar el paraíso.
América Latina –la india, la nueva, la asiática- es consecuencia de una conquista. (La Argentina y el Uruguay son diferentes porque son productos de aluviones inmigrantes: excepciones). Su constante historia es la dominación. Y el silencio. Las culturas precolombinas no fueron, desde luego, los paraísos de la utopía, pero tenían una Palabra, su Palabra. La Conquista instala el silencio, fractura, destroza el universo imaginativo de los pueblos, para quienes lo imaginativo –léase el Popol Vhu- era la historia. Hay que recorrer, despaciosamente, los deslumbrantes escombros de las mitologías precolombinas, admirar la infinita complejidad de su cerámica o su textilería figurativa o abstracta, evocar su mundo mítico para comprender lo que el silencio de la Conquista significa: la locura.
¿Por qué esas terribles epidemias de suicidios que nos cuentan los cronistas de la Conquista? ¿Por qué poblaciones íntegras de pueblos conquistadores se arrojan a los abismos? ¿Por cobardía? Por locura. La conquista los ha privado de la palabra: la palabra es de otro.
La lengua española aparece, desde el comienzo, como instrumento de dominio, compañera del imperio. En 1492 ocurren en España tres acontecimientos decisivos: el descubrimiento de América, la expulsión de los judíos y la publicación de la Gramática de Nebrija. La Reina Isabel de Aragón no comprendía bien la utilidad de un libro que pretendía enseñar una lengua que todos los españoles hablaban sin Gramática. Escribe Nebrija que cuando la reina le preguntó cuál sería la utilidad de su obra,
Fray Hernando de Talavera me arrebató la respuesta, y respondiendo por mí dijo que después que vuestra Alteza metiese bajo su yugo a muchos pueblos bárbaros de peregrinas lenguas y con el vencimiento de aquellos tenían necesidad de recibir las leyes que el vencedor pone al vencido, y con ellas, nuestra lengua, entonces por esta mi Arte podrían venir en el conocimiento de ella como nosotros ahora prendemos el arte de la gramática latina para aprender el latín. Y cierto así que no solamente los enemigos de nuestra fe que tienen necesidad de saber el lenguaje castellano, más los vizcaínos, navarros, franceses, italianos y todos los otros que tienen algún trato y conversación con España y necesidad de nuestra lengua sino vienen desde niños a aprenderla por el uso, podránla saber por esta mi obra.
Así ve la luz la Gramática de Nebrija: la Ley que el vencedor impone al vencido. Eso será también la literatura o las formas preliminares de la literatura durante trescientos años: leyes de guerra. Pero la literatura no cumple la misma función en todas las sociedades. Ni en todos los momentos. Para los vencidos de América la palabra no es expresión: es refugio.
El tiempo se ha vuelto loco
Porque la Conquista propone –impone- una historicidad metafísicamente intolerable. La gravedad de una conquista no es la ocupación del espacio: es la ocupación del tiempo. El tiempo se ha vuelto loco, clama la desesperación de los postreros poetas precolombinos.
"El mundo está al revés", escribe Guaman Poma de Ayala. Todo lo que queda de la literatura de los testigos de la Conquista repite: "¡El tiempo ha enloquecido!". Porque en la historia que ahora es la única historia no hay lugar para su historia. El drama más terrible no es el pillaje del tener: es el saqueo del ser. La expulsión del Espacio perpetrado por la Conquista es colosal. Cuando Colón la descubre, hay en América 60 millones de hombres. Cincuenta años después la población se ha reducido a 2 millones. Para situar estas cifras hay que considerar que la población mundial de la época es de 300 millones de hombres. La Conquista exterminaría, pues, un quinto de la humanidad. ¿Qué son, en comparación, las exterminaciones de judíos practicadas por Hitler? Pero lo más grave no es la exterminación física: es la exterminación metafísica: mi pasado, mi presente, mi futuro. La historia del vencedor no ofrece resquicio al vencido.
Situemos las cosas: el Poder que destruye, aniquila y oprime en América; destruye, oprime y aniquila también en España. Los tiempos del Descubrimiento de América asisten en España a hambrunas colosales: miles de españoles mueren de hambre en la Península. Y la Inquisición no comienza a quemar libros en América: el Primer Auto de Fe se ejecuta en 1481. En 1500, por orden del cardenal Cisneros se incineraron un millón de libros.
El intento de anular la historia no es una característica exclusiva de los imperialismos occidentales: los aztecas la practicaron. Octavio Paz señala:
Aconsejado por Tlacaétel, el cuarto Tlatoani, Itzcóatl, ordenó la quema de los códices. Con este acto se inició una inmensa tarea que en términos modernos llamaríamos de rectificación de la historia. La desfiguración y enmienda de las tradiciones, los mitos y la teología tuvieron el doble propósito de borrar los orígenes rústicos del pueblo mexica y de sus dioses y, así, legitimar su pretensión de ser los herederos de los toltecas. La decisión de Itzcóatl hace pensar en las falsificaciones de la historia de la revolución rusa durante la época de Stalin y, sobre todo, en la destrucción de los libros clásicos ordenada en 213 aC por Shil Huamg Ti a instigación de un consejero, que como Tlacaetel, era también un intelectual: el ministro de Li Ssu.
En 1502 se establece la censura absoluta
¿Qué quiere la Inquisición? Enumerar sus atrocidades es menos importante que descubrir su sentido. La Inquisición se propone detener el tiempo. Justo en el instante en que el Tiempo occidental se comienza a acelerar, España se detiene. Todas sus fuerzas espirituales se consagrarán, se agotarán, en adelante, en la demencial empresa de paralizar la historia. Así, una locura se sobrepone a otra locura. En España se aspira a paralizar el tiempo. En América el tiempo se ha vuelto loco.
¿Los indios tienen alma? ¿Son seres humanos o bestias parecidas a los hombres? Por encima del cinismo del encomendero ignaro y bestial, la interrogación es teológica, metafísica, y la respuesta es el drama al que se enfrentan los sobrevivientes del Apocalipsis de la Conquista. Porque la historia que propone la Historia es insoportable. Si se puede, en última instancia, aceptar el despojo absoluto en el tener, es imposible aceptar del despojo del ser. Y aceptar esa Historia, la única Historia, es una herida metafísica insoportable: significa la desposesión, la pérdida de la identidad, la locura. Porque los muertos –aunque sean un quinto de la humanidad– son los muertos. "Los muertos se retiran del juego" (Hegel). El drama mayor no es el exterminio físico: es el saqueo metafísico de los sobrevivientes: su locura. Esa locura es el fondo del lecho por donde, en adelante, correrá el angustioso río del ser americano.
¿Por qué el mito?
Para defenderse de esa locura, nace el mito. La pregunta por contestar en la literatura latinoamericana no es por qué sus grandes obras son míticas, sino por qué todas son míticas o propenden al mito (excepto las literaturas argentina, chilena y uruguaya, producto de circunstancias diferentes). La respuesta no puede encontrarse en la literatura: hay que interrogar la historia.
Los sobrevivientes del Apocalipsis de la Conquista se enfrentan a una historia que les discute la condición humana. En el famoso debate Las Casas-Sepúlveda, la discusión llega tan lejos que la argumentación de Sepúlveda, escrita en latín, no se traduce al español sino en (...). Y si en la práctica el Papa Pablo III zanja la polémica con la bula Sublimis Deus, en la práctica la discusión continúa (1). Para los sobrevivientes de la Conquista es imprescindible, es urgente refutar la Historia. ¿Es posible la refutación nacional? Ni intelectual ni políticamente son imaginables. Surge entonces la refutación mítica. Qué espectáculo conmovedor es mirar cómo, hacia 1600, del fondo de la desesperación metafísica absoluta, del extravío total de la identidad, surgen, en toda América, isócronamente, las mismas respuestas míticas. En México, en el Perú, en América Central brota el mismo mito redentor. ¿Qué postula? La impostura de la Conquista. La historia es falsa: los conquistadores no han descubierto América. Mil cuatrocientos años antes que el aventurero Cristóbal Colón que pretende "descubrirla", los Apóstoles de Cristo la recorrieron predicando la Palabra Divina. Tal es el verdadero, el subversivo contenido de libros que sólo hoy podemos entender. Por ejemplo, la Nueva crónica del Buen Gobierno, de Felipe Guaman Poma de Ayala, escrito hacia 1600: monumental y detalladísimo inventario de las instituciones incas. Pero es una obra que comienza con estas extrañas palabras: "El primero que descubrió este reino fue el apóstol de Jesucristo, San Bartolomé, quien saliendo de Jerusalem llegó a estas tierras en la época en que reinaba el Inca Sinchi Roca, regresándose después de haber visitado el Cusco y el Callao." No sólo eso; Guaman Poma de Ayala, descendiente de los reyes de Yarovilca, sostiene:
Cuando Sinchi Roca alcanzó la edad de ochenta años, nacía Nuestro Señor Jesucristo, Salvador de este mundo que en vida subió a los cielos y envió al Espíritu Santo y a sus apóstoles para que pudiesen predicar en el mundo habiendo correspondido hacerlo al apóstol San Bartolomé en estas Indias por espacio de ciento quince años...
Y ofrece "pruebas". El apóstol San Bartolomé bautizó al primer cristiano (Antonio) catorce siglos antes del pretendido "descubrimiento" de América. En memoria del acontecimiento plantó una cruz en Caramuco.
¿Delirio solitario o colectivo? Porque en México surge otra cabeza de la misma serpiente. Exactamente como los quechuas sostienen que el apóstol San Bartolomé predicó en el Cusco, los vencidos aztecas murmuran una herejía semejante: el apóstol Santo Tomás cristianizó México antes que llegaran los conquistadores. Más: en la antigüedad reinó en México un pontífice: el Papa Topiltzin. Jacques Lafaye ha inventariado el mito que nos trasmite el deslumbrante Manuscrito Tovar (2): "Hubo en esta tierra, en tiempo pasado, un hombre que según la relación que hay de él fue santísimo, tanto que aportó a esta tierra a anunciar el Santo Evangelio." El Manuscrito Tovar sostiene que no es imaginación: en México existe un cuero en el que constan "todos los milagros de nuestra fe". En él aparece este hombre que tiene tres nombres: Topiltzin, Quetzalcoa o Papa, "con una tiara de tres coronas". Y así como en el Perú existe la cruz de Carabuco, un testigo –el sacerdote franciscano López Cogolludo– asegura que en el convento de Mérida existe un Cristo Crucificado anterior a la Conquista. Este es un texto proporcionado por Jaime Guadalupe
La necesidad de refutar la historia
¿Qué buscan estos mitos? Refutar la historia, discutir la historia, aniquilar la historia. Porque si San Bartolomé y Santo Tomás cristianizaron América antes que Colón "descubriera" América, entonces Colón es un impostor, y la Conquista una colosal impostura. Así, el mito comienza a roer, a deteriorar, a aniquilar a la historia: es la neblina que oculta la atrocidad del paisaje histórico. La lectura de Levy Strauss es justa: menos que un acontecimiento histórico ubicable en esa cronología, el mito intenta anular la historia de los historiadores. Para que la verdadera historia exista es necesario primero aniquilarla. Porque la historia no está ya ni en el pasado ni en el presente: estará ya en el futuro.
En 1502 se establece la censura absoluta. Pedro Henríquez Ureña escribe:
No hay razones "sicológicas" ni "sociológicas" para que en América no hayamos escrito novelas durante tres siglos, en que escribíamos profusamente versos, historia, libros de religión. La razón es de hecho, aunque raras veces se recuerde: en disposiciones legales de 1532 y 1543 se prohibió para todas las colonias la circulación de obras de imaginación pura, en prosa o en verso ("que ningún español o indio lea libros de romances que traten materias profanas y fabulosas, e historias fingidas, porque se siguen muchos inconvenientes"), y se ordenó que las autoridades no permitiesen o se trajeran de Europa.
Si Miguel de Cervantes hubiera logrado el permiso vanamente solicitado de viajar a América, nunca hubiera escrito, sin duda, el Quijote.
El mito, coraza (cáscara) del porvenir
Expulsados del tiempo y del espacio, los sobrevivientes de las culturas precolombinas se refugian en el único territorio posible: el mito. Porque un pueblo expulsado de la historia no puede retornar a la historia a través de la historia, sino a través del mito. El mito es la coraza que protegerá su ser desvalido: la cáscara que defenderá la pulpa de su futuro ser, la identidad que aguardan en el futuro. Porque en ciertos casos la historia de un pueblo no está en el ayer sino en el mañana. En América, el mito no es un solicitación literaria: es una imperiosa construcción histórica: una necesidad de existencia del ser: el esqueleto que sostendrá la carne de la Palabra recobrada.
No sólo el silencio: se instala el olvido. Agustín de Zárate, secretario del Real Consejo de Castilla, mandado al Perú en 1543, escribe
No pude en el Perú escribir ordenadamente esta relación, porque sólo haberla allá comenzado me hubiera de poner en peligro la vida. Un maestre de campo de Gonzalo Pizarro amenazaba con matar a cualquiera de ellos que escribiese sobre sus hechos, porque entendía que eran más dignos de la Ley del Olvido que de la memoria.(3)
El silencio impuesto por la Ley del Olvido
durará trescientos años
La Emancipación no modifica, o modifica apenas, las estructuras feudales, anacrónicas, injustas. El último virrey español firma la Capitulación de Ayacucho en 1824. Los conquistadores se van, pero la historia sigue ocupada. "Se puede hablar de lenguas ocupadas como se habla de países ocupados", observa Juan Goytisolo. La Inquisición se extingue oficialmente en 1836, pero la Real Academia Española ejerce impunemente su rol policiaco hasta las vísperas de la Guerra Civil Española.
Hay tal distancia entre la realidad y su expresión que la realidad es inexpresable. ¿Expresarla en español? Hacia mediados de Virreinato peruano el extravío cultural es tal que los primeros intelectuales criollos escriben en latín.
Hacia comienzos del siglo XIX, Humboldt, recorriendo Venezuela, tropieza con un caudillo. El caudillo, que escapa de la persecución del enemigo, sabe que cerca de su campamento pernocta el sabio: lo invita a compartir su silvestre hospitalidad: comparten comida y hoguera. El perseguido le cuenta su vida, parte de su vida: audacias, hazañas, triunfos que sólo admiten paralelo en La Iliada. Humboldt escucha maravillado. Se separan al alba. Humboldt conservará siempre el recuerdo de la noche deslumbrante. Años después sabe que el perseguido ha publicado sus Memorias y se desespera por su lectura. Si un hombre perseguido, en la precariedad de un campamento, pronunció semejante relato, ¿qué Iliada no habría compuesto? Lee el libro: la presunta Iliada es un pedestre catálogo de obras administrativas. Humboldt escribe: "Qué lástima que el latinoamericano sea genial hablando y tan torpe escribiendo". ¿Puede ser de otro modo? La palabra latinoamericana es de una riqueza, de una fantasía, de una turbulencia, de un lujo tales que el español imperial –palabra de Otro– no puede, de ninguna manera, contener.
El idioma seguirá ocupado hasta la Guerra Civil Española.
El vacío de poder de la Guerra Civil Española
El imperialismo se ejerce a muchos niveles: nivel económico, nivel político, nivel religioso, nivel lingüístico. Por definición, las líneas de fuerza de un imperialismo no pueden interrumpirse, porque la interrupción crearía un vacío de poder que significaría su desaparición. Los vacíos de poder provocan siempre las revoluciones: Nuevos imperialismos suceden a los imperialismos desfallecientes. En las colonias españolas, el imperialismo inglés sucede al exhausto poder español, y cuando la Primera Guerra socava el poder inglés, aparece el imperialismo norteamericano.
La Guerra Civil Española crea un vacío de poder lingüístico. (Paradójicamente, y por primera vez desde el Siglo de Oro, la literatura española es brillante: Unamuno, Machado, Ortega y Gasset, Alberti, García Lorca, Juan Ramón Jiménez). Pero la guerra apaga la luz de una generación excepcional. La primera víctima será García Lorca. Pocos crímenes han estremecido tan dramáticamente las clases culturales de América Latina. Para los latinoamericanos, García Lorca no era un poeta: era el Poeta. Su asesinato se siente como un sacrilegio: desprestigia por anticipado y definitivamente el fascismo español. Pero la Guerra Civil es el prólogo de la Segunda Guerra Mundial, que interrumpe toda comunicación entre la metrópoli y sus colonias culturales. Y cuando la tragedia europea termina, las Naciones Unidas condenan al franquismo. Y si el repudio internacional provoca una reacción nacionalista paradójico en España, en América Latina el desprestigio del español oficial no sobrevivirá a la condena.
El decenio que sigue a la Segunda Guerra –escenario de las grandes guerras de liberación de Asia y África– será decisivo. Abandonada a su suerte, sin modelos culturales, libre de la opresión de jerarquías ultramarinas, de la tiranía de la Real Academia, a la lengua americana sólo le queda una posibilidad: asumirse. Una generación de escritores geniales derribará las murallas que separan a la realidad americana de su expresión: Carpentier, Asturias, Borges(4), José María Arguedas. No sólo ellos, claro. Hace una generación y más, los poetas asaltan la fortaleza lingüística tradicional: Rubén Darío, César Vallejo, Pablo Neruda han modificado, radicalmente, el sonido del español. Y paralelamente a los poetas, grandes Devoradores del Idioma, los novelistas han comenzado a tomar posesión de las Tinieblas Americanas. Güiraldes, Eustasio Rivera, Azuela, Martín Luis Guzmán, Horacio Quiroga, Ciro Alegría han comenzado a nombrar, es decir, a posesionarse de las misteriosas extensiones del continente. ¿Qué religión o qué filosofía no vincula nominación y existencia? Sólo nombrando, el Ser sale de las Tinieblas. Y nombrando, esos escritores, y otros, se posesionan de la pampa, la selva, las cordilleras, los colosales desiertos del continente vacío.
En 1949, Alejo Carpentier escribe el prólogo de El reino de este mundo: el manifiesto de la rebelión. Pronto será una guerra de liberación. En nombre de lo real maravilloso, Carpentier denuncia el realismo insuficiente, pobre, ineficaz. "Lo real maravilloso es patrimonio de la América entera", sostiene.
Pisaba yo una tierra donde millares de hombres ansiosos de libertad creyeron en los poderes licantrópicos de Mackandal, a punto de que esa fe colectiva produjera un milagro el día de su ejecución. Conocía ya la historia prodigiosa de Bouckman, el iniciado jamaiquino. Había estado en la Ciudadela La Ferriére, obra sin antecedentes arquitectónicos, únicamente anunciada por las Prisiones Imaginarias del Piranese. Había respirado la atmósfera creada por Henri Christophe, monarca de increíbles empeños, mucho más sorprendente que todos los reyes crueles inventados por los surrealistas, muy afectos a tiranías imaginarias, aunque no padecidas. A cada paso hallaba lo real maravilloso. Pero pensaba, además, que esa presencia y vigencia de lo real maravilloso no era privilegio único de Haití, sino patrimonio de la América entera, donde todavía no se ha terminado de establecer, por ejemplo, un recuento de cosmogonías. Lo real maravilloso se encuentra a cada paso en las vidas de hombres que inscribieron fechas en la historia del Continente y dejaron apellidos aún llevados: desde los buscadores de la Fuente de la Eterna Juventud, de la áurea ciudad de Manoa, hasta ciertos rebeldes de la primera hora o ciertos héroes modernos de nuestras guerras de Independencia de tan mitológica traza, como la coronela Juana de Azurduy. Siempre me ha parecido significativo el hecho de que, en 1780, unos cuerdos españoles, salidos de Angostura, se lanzaron todavía a la busca de El Dorado, y que, en días de la Revolución Francesa –¡Vivan la Razón y el Ser Supremo!–, el compostelano Francisco Menéndez anduviera por tierras de Patagonia buscando la Ciudad Encantada de los Césares.
Sí, pero a condición de explicar que lo real maravilloso no es producto de la fantasía literaria, sino una construcción intelectual imprescindible provocada por un trauma histórico colosal. De otro modo, la literatura maravillosa, que es el esplendor y la gloria de la América Latina, propondría una visión peligrosamente ingenua o artificial. La literatura mítica de América es un momento clave de la marcha hacia la conciencia latinoamericana, o mejor dicho, de la América donde el tiempo se volvió loco.
Así se explica por qué la literatura rioplatense no engendra, no podrá engendrar lo real maravilloso. Son sociedades nacidas de aluviones de inmigrantes occidentales exentos de la dramática necesidad mítica, que acomete al resto del continente de orígenes indios, negros o chinos. La famosa frase "Los mexicanos descendían de los aztecas, los peruanos de los incas y los argentinos de los barcos", es de doble sentido. Descender de los incas es ilustre pero también traumatizante, dramático, insoportable. El más miserable de los argentinos no necesita pruebas para demostrar que es un ser humano. Los descendientes de los mayas o de los incas, sí. Los Sábatos, los Borges, los Felisberto Hernández, los Cortázar instalan o destilan sus fantasías de lo imaginario de la cultura occidental. Los libros de Borges sólo tienen sentido en referencia a una cultura europea, y no es ningún azar si en su Libro de los seres imaginarios, Borges enumera todos los monstruos maravillosos de la literatura universal, desde el A Bao A Ru, el ave Roc, los animales soñados por Poe, (...), (...), el dragón, los (...). Pero omite, sistemática pero significativamente, todos los ejemplares de la prodigiosa zoología maravillosa de las culturas americanas.(5)
El fracaso de las ideologías
En el decenio que sigue a la Segunda Guerra Mundial, una teoría de libros ilustres expulsa al ocupante de una lengua donde ya no tiene ubicación: así, la Literatura llega a ser el Primer Territorio Libre de América. ¿Por qué?
Porque la literatura es la única ideología concebida, reflexionada y creada aquí. Las ideologías políticas, religiosas, económicas, o el pensamiento científico –salvo excepciones– han sido pensadas por otros y fuera de América Latina: son transplantes, mimetismos, calcos.(6) Las ideologías son reflexiones sobre los hechos, pero cuando los hechos son ajenos, la ideología es ajena. Ese es nuestro drama: haber forzado a la realidad a introducirse en esquemas teóricos nacidos de otras realidades. Ideológicamente, América Latina es parásita: vive de préstamos. La ideología de izquierda o derecha no nacen del examen de nuestra realidad: son modelos extranjeros adoptados sin discusión intelectual. Y peor: las ideologías nos impiden descubrir la realidad. Estrada Cabrera, el zoológico dictador de Guatemala, que inspiró El señor Presidente, pretendía, como todos los gobernantes, ser un hombre de cultura. Se consideraba émulo de Pericles. Para demostrarlo mandó erigir un Templo a Minerva ante el que se oficiaban fiestas a las que era obligación asistir vestidos a la griega. ¡Sangrienta farsa celebrada cerca de las ruinas de los grandiosos templos mayas entregados a la hierba! Así, grotescamente ataviados de falsos clámides ante falsos templos de dioses falsos oficia la imitación ideológica. Lo dramático: las circunstancias históricas en que padece entonces el intelectual latinoamericano lo obliga a participar en la farsa. Muchos grandes poetas de América, el mismo Rubén Darío –económicamente sostenido por el dictador– no puede evadir la obligación de participar en los dementes festivales. Para ellas, Darío escribe su hermosísima Pallas Athenea
Y tal sigue su culto oculto
hasta que a través del tumulto
de los siglos, su fuente abreva
almas nuevas en tierra nueva,
cuando el conjuro de un varón
todo energía y reflexión,
el templo minervino eleva
que simboliza y que renueva
el recuerdo del Partenón.
Aquí reapareció la austera,
la gran Minerva luminosa;
su diestra algo la diosa aptera
y movió el gesto de la diosa
la mano de Estrada Cabrera.
Pero Rubén Darío sabía bien que quien movía realmente la mano de Estrada Cabrera era el imperialismo americano. Incomparablemente lo diría en su canto a Teodoro Rossevelt.
La literatura puede ser hija de la realidad
La Literatura, en cambio, nace de la hirviente realidad. En ese sentido, es el único sector de la ideología latinoamericana que refleja hechos: no se alimenta con imágenes de hechos deformados por la presbicia de imágenes culturales colonizadas.
Pero hay más: la literatura trabaja con los sueños. Hegel dice que "la verdadera historia de un pueblo sería la suma de todos los sueños que ese pueblo ha soñado en una noche." Por eso es que su visión será siempre más profunda que la visión ideológica, que por definición excluye lo irracional, olvidando que "sólo en los sueños somos sinceros" (Nietszche). ¿Qué otra cosa que expresar las pesadillas de la terrible noche latinoamericana hace su literatura? Si mañana desapareciera el continente y como único testimonio de su existencia quedara su literatura, puede, a nuestros ojos, reconstruir lo que América Latina fue a través de su literatura. Y en ese sentido, mientras no se escriba otra, la verdadera Historia de América: única estructura en verdadera relación con la realidad.
A realidad delirante, expresión delirante
¿Cuál realidad? Hay, en tal sentido, que revisar las concepciones entre realidad y fantasía. Porque muchas veces la realidad es la irrealidad, y al revés, la irrealidad es la única realidad. El guatemalteco Manuel Valladares(7) narra un acontecimiento ocurrido en su país bajo la dictadura de Estrada Cabrera. Durante su gobierno, una plaga de langostas asoló el país ante la indiferencia del Gobierno. Escribe Valladares: "Nada se había hecho para acabar con el voraz acrídido, pero urgía ostentar el patriotismo del gobernante." Y así fue cómo, en el Mensaje ante la Asamblea (Legislativa) se afirmó que una mancha (de langostas) de regular extensión había invadido el país; pero que el Gobierno, con acertadas y rápidas disposiciones había acabado por completo con la plaga y salvado las cosechas. No hubo diputado que mostrara en el semblante el más complaciente asentimiento, por más que cosa distinta le constara; pero sí sobrevino el más aplastante mentís en los momentos mismos de la lectura de aquel, como todos, engañoso mensaje: como por mágica evocación penetraron al recinto mismo de la Asamblea millares de chaputines (langostas) desprendidas de banda tan densa que oscureció la luz del sol. ¿Y qué hace la Asamblea frente al desafío de un voto de aplauso al dictador por haber acabado con una plaga cuya presencia oscurecía el recinto? ¡Niega la realidad y aprueba el homenaje! La realidad se torna irreal. El lenguaje pierde su sentido, y la verdad se transforma en ficción y la ficción en verdad. La literatura fantástica es realismo y la literatura del Poder, fantasía. ¿Qué verdad hay hoy detrás de los Códigos, las Leyes y los Derechos Humanos? Y en ese sentido, no hay en América Latina libro de ficción más fantástico que la Constitución. En América Latina el delirio no está en la palabra: es la realidad. Y la literatura delirante es la única forma de asumirlo: su única posibilidad de salud, su curación, su conciencia, el único medio de recuperar la lucidez. Delaure y Guatari tienen razón: intentar un psicoanálisis de la obra de arte es ocioso. "La obra de arte en sí es un psicoanálisis exitoso, una transferencia sublime plena de ejemplares posibilidades colectivas."
Las paradójicas consecuencias de la incapacidad cultural
La historia es paradójica. El desprecio que por la inteligencia siempre tuvieron las ignaras oligarquías latinoamericanas permitió la liberación de su literatura. Si las oligarquías latinoamericanas hubieran comprendido la importancia capital de la palabra, la palabra no se hubiera liberado. Pero las corrompidas clases gobernantes americanas ejercieron, y ejercerán hasta el fin, un rol parásito: las oligarquías latinoamericanas no producen ni producirán un Tolstoy, un Proust, un Henry James, un Flaubert. Y así como abandonaron el Ejército a las clases inferiores (lo que explica las revoluciones militares de la última época), así como abandonaron la Iglesia a las cunas plebeyas, así como abandonaron la Universidad a la clase media emergente, así como abandonaron el comercio a los señores extranjeros, abandonaron igual la literatura a los sectores sociales inferiores de la sociedad americana. Los grandes escritores de América –con excepciones, desde luego– proceden, casi siempre, de las clases inferiores. ¿Quién es Rubén Darío? Un indio chorotego de Nicaragua. César Vallejo, humilde profesor de escuela. Martí, hijo de celador de Penitenciaría. López Velarde, oscuro periodista provinciano. Mariano Azuela, médico de aldea. Eustasio Rivera, funcionario inferior. Argüedas, condenado a vivir entre esclavos indios. Neruda, hijo de ferroviario. Mariátegui, alcanzarejones de periódico. Y los otros miembros de las pequeñas burguesías pobres que saldrán a (...) en las grandes urbes mundiales: todos vienen (o han pasado) de las profundidades del fracaso, de la miseria, de la humillación, del prejuicio y del desprecio. Todos o casi todos han vivido infancias atroces que ningún éxito absolverá. En su último reportaje concedido a la revista Crisis, Neruda dice:
Yo creo que también tengo ese sentimiento de pobre de nacimiento en los grandes restaurantes, en palacios o embajadas o en grandes hoteles. Me parece que, de repente, van a notar que estoy de más allí y que me van a decir: ¿Qué está usted haciendo aquí? ¿Por qué no se va? Yo siempre he tenido ese sentimiento desagradable de no pertenecer a tal cosa, a tal grupo.
Sentimiento de injusticia y cólera que da su carácter específico a la literatura. De ahí la misión reivindicatoria política, ética del escritor latinoamericano. Sus obras mayores no nacen para sostener la realidad: surgen para demostrarla, para demostrar su injusticia, su atrocidad, su podredumbre irremediable.
El modelo lingüístico lo establecen siempre las clases dominantes. La lengua de los señores es la única lengua. ¿Se concibe a los reyes hablando con los campesinos? "Produciría hilaridad la propuesta de que las clases dominantes inglesas adoptaran el modelo lenguaje de las clases trabajadoras", dicen Nwemeyer y Edmods. En América Latina ocurre, justamente, lo contrario: el modelo cultural que se impone en la literatura no es el de las clases dominantes, sino el de las clases inferiores en contacto con la compleja riqueza de las nuevas lenguas. Por eso, a medida que el lenguaje de la literatura latinoamericana se hace más rico, el lenguaje de las clases dominantes y de sus lacayos intelectuales se hace más pobre: se pudre.
Novela, Plaza Mayor de la Historia
En un continente donde prácticamente nunca ha existido la libertad de expresión, el terreno liberado por la Literatura –sin desearlo– se convierte en la Plaza Mayor del Continente: el único lugar donde puede publicarse la infamia de la realidad: jurisdicción extra a la violencia del sistema.
Con el Facundo de Sarmiento (que al mismo tiempo es un escritor típicamente colonizado), se inicia un movimiento que, sin desearlo, la llevará a convertirse en una Corte Suprema de Justicia Histórica: instancia final donde se juzgan las atrocidades amortajadas por el silencio impuesto por la realidad. Lo que el Poder obliga a callar, lo que el periodismo no puede o no quiere revelar, lo que la política falsifica o tergiversa, encuentra voz en la literatura. Y cuando una causa se pierde en todas las instancias nacionales y es condenada a la desaparición y la amnesia, se puede apelar a otra instancia: la Literatura. Y reabrir el expediente. Se puede aprisionar o ejecutar a todos los escritores de un país, pero es imposible apresar y ejecutar, al mismo tiempo, a todos los escritores del continente y, aunque así fuera, quedarían los libros: apelaciones a la conciencia universal: una literatura que circula en todos los idiomas cultos de la tierra es una instancia extraterritorial fuera del alcance de los excesos de cualquier Poder. Así como los judíos atraviesan las diásporas congregados alrededor de la Biblia, los pueblos latinoamericanos atraviesan las ordalías de su desesperación reunidos alrededor de su Literatura: rol desmesurado y peligroso que no todos sus escritores son capaces de asumir.
Liberación sin Revolución
Hecho sin antecedente: la liberación de la palabra de los pueblos latinoamericanos es una guerra ganada sin la intervención de la revolución política. Porque en casi todas las sociedades donde las clases poseedoras pierden la palabra, su recuperación es producto de una revolución o de la expansión de un imperialismo. ¿La poesía de Maiakovsky o el Cuadrado blanco sobre fondo blanco son concebibles sin la revolución rusa? ¿El muralismo sin la revolución mexicana? La literatura latinoamericana: único ejemplo de una liberación que no es consecuencia de una toma de poder político. La literatura norteamericana, quién lo duda, es una literatura rica, poderosa. Pero detrás de ella está el poder de sus fundaciones, sus universidades millonarias, el control del periodismo mundial y, a la larga, el poderío de la Sexta Flota.
Liberación: ¿para qué?
Literatura: Primer Territorio Libre de América. Pero, ¿para qué? ¿En beneficio de quién? La emancipación política se ejecuta en usufructo exclusivo de las oligarquías criollas: no modifica la atrocidad de la estructura social, y muchas veces la empeora. La liberación de la palabra corre los mismos riesgos que afronta cualquier territorio liberado: su explotación por una clase o por otro poder imperial.
No hay una, hay muchas Américas Latinas –india, negra, china, caribeña–. Y dentro de América Latina hay clases sociales. En esas clases se expresan ideologías literarias en lucha. Ignorarlo es una peligrosa ingenuidad. Porque simultáneamente con la liberación se da una disputa por la palabra. ¿Entre quienes? Entre dos cosmovisiones diferentes de América.
Pero situemos el debate. El esplendor de la novela en Occidente coincide con el apogeo de la burguesía. El clásico análisis de Marx sigue vigente: "la burguesía ha jugado en la historia un rol eminentemente revolucionario. En todas partes donde ha conquistado el poder ha destruido las relaciones feudales patriarcales, idílicas. Todas las relaciones variadas que inician al hombre feudal a sus superiores naturales, son rotas sin piedad para que no subsista, entre hombre y hombre, otra relación que el interés frío, las duras exigencias del pago al contado. La burguesía ha ahogado los escalofríos sagrados del éxtasis religioso, del entusiasmo caballeresco, de la sentimentalidad pequeño burguesa en las aguas heladas del cálculo egoísta. Ha suprimido la dignidad del individuo transformándolo en simple valor de cambio. Ha sustituido las innumerables libertades tan duramente conquistadas por la única e implacable libertad de comercio. En una palabra, la explotación que ocultaban las ilusiones, religiosas y políticas, han sido sustituidas por una explotación abierta, desvergonzada, directa, brutal. La burguesía ha despojado de su aureola a todas las actividades consideradas hasta entonces con sacrosanto respeto y venerable. Ha transformado al médico, al jurista, al sacerdote, al poeta, al hombre de ciencia, en asalariados a su servicio."
Peor que eso: el triunfo de la burguesía es el comienzo del fin del espacio. No es un azar que la contabilidad por partida doble —el Debe y el Haber, que serán el comienzo de la deuda infinita— se invente en la República Veneciana, en la aurora del capitalismo. El capitalismo es una redistribución del espacio y del movimiento. Ya nunca más el espacio será infinito ni el movimiento libre. En adelante, el hombre sólo podrá existir en referencia a un punto fijo del espacio. Andre Jean Arnaud ha mostrado lúcidamente la imposibilidad de existir en una sociedad burguesa sin respetar las reglas de juego. La paz burguesa obliga al entallamiento, a la instalación definitiva.(8)
A partir de la Revolución Francesa —y de sus ecos coloniales— el hombre está obligado a justificar su existencia desde el nacimiento hasta la muerte. Y más allá. El año 1977 un grupo de importantes pintores franceses organizó la exposición Guillotina y Pintura en honor del pintor Topino-Lebrum, guillotinado en plena Revolución Francesa bajo el cónsul Bonaparte. Tan impresionante como la exposición es saber —gracias al brillante estudio de Alain Joufray— que en la Biblioteca du Quai des Orfévres es posible consultar todos los documentos relativos a los condenados a muerte por guillotina... cien años después de su ejecución. Porque las revoluciones pasan pero los archivos quedan.
La burguesía latinoamericana no puede eludir las leyes históricas que la obligan a cancelar el espacio. Y cuando Vallejo enfrenta a doña Bárbara y a Santos Luzardo (es decir, el artificial. conflicto "Civilización y Barbarie"), ¿qué quiere Santos Luzardo? ¡Erigir un cerco! Redoble por Rancas ha demostrado claramente lo que significa un Cerco.
Hasta 1940 la literatura latinoamericana fue 'patriarcal, idílica'. Pero a medida que se modifica la relación de clases en el nuevo contexto impuesto por el imperialismo americano, la pequeña burguesía latinoamericana exige el fin del espacio. Este es el fondo del vano debate entre literatura campesina y literatura urbana, o literatura "pura" y literatura "comprometida". Por eso, inmediatamente después de la liberación de la palabra se inicia la disputa por la palabra: la guerra civil que divide hoy a la literatura latinoamericana. Porque se trata de una disputa de poder que sobrepasa los actores accidentalmente en conflicto. Ningún texto lo muestra mejor que el Diario que el genial José María Arguedas escribe entre su último intento de suicidio y el suicidio (El zorro de arriba y el zorro de abajo). Hay, a lo largo de estas estremecedoras páginas, un conflicto entre Arguedas y Julio Cortázar -que lo había llamado públicamente "novelista provinciano"-. Pero en realidad, en el sentimiento de Arguedas, que -no olvidemos que es uno de los mayores novelistas de la América Latina-, enfrentará, de un lado, una corriente que estaría formada por Rulfo, Vallejo, García Márquez; y del otro, Cortázar, Carlos Fuentes, Vargas Llosa.
¿De qué se queja Arguedas? "La última vez que vi a Carlos Fuentes lo encontré escribiendo como a un albañil que trabaja a destajo. Tenía que entregar la novela a plazo fijo. Almorzamos, rápido, en su casa. Él tenía que volver a la máquina. Dicen que eso mismo le sucedía a Balzac y a Dostoievsky. Sí, pero como una desgracia, no como una conducta de la que se enorgullecieron". ¿Que acaso no hubieran escrito lo que escribieron, en otras circunstancias? Quién sabe. ¿Qué otra cosa iban a hacer con lo que tenían en el pecho? Perdonen, amigos Cortázar, Fuentes, tú mismo Mario (Vargas Llosa). Creo que estoy desvariando, pretendiendo lo mismo que ustedes, eso mismo contra lo que me siento irritado. Puede que ustedes no tengan mejor, o más y menos razón que yo. Hay escritores que empiezan a trabajar cuando la vida los apena no tan libremente llegado sino condicionado, y están ustedes, que son, podría decirse, más de oficio. Quizás mayor mérito tengan ustedes, pero, ¿no es natural que nos irritemos cuando alguien proclama que la profesionalización del novelista es un signo de progreso, de mayor perfección? Vallejo no era profesional, Neruda era profesional. Juan Rulfo no es profesional. ¿Es profesional García Márquez...? Moliere era profesional, pero no Cervantes.
Y es que Arguedas, que escribe por goce y necesidad, no comprende que la burguesía despoja de su aureola al poeta para transformarlo en un asalariado. No entiende, no entenderá nunca la concepción de la literatura de Vargas Llosa. "El escritor debe trabajar como peón". Pero más allá no ha entendido que en la sociedad burguesa –a la que él transmite el soplo agónico de un mundo mágico–, "la única elección posible es escoger entre el aburguesamiento y –en caso de rechazo de la reflexión– la muerte (perpetrada por el grupo contra aquel que se excluye) o el suicidio" (Arnaud). Arguedas se mata.
Pero el problema no es padecer sino comprender. El Territorio Liberado de Literatura Latinoamericana es hoy escenario del conflicto de las cosmovisiones producidas por la guerra de clase y enfrentamientos de civilizaciones. Ariel Dorfman ha señalado que entre Arguedas y Vargas Llosa hay "dos modos radicalmente opuestos de ver el mundo: las dos cosmovisiones que en este momento se disputan el futuro cultural de América, los dialogantes en una conversación que es la esencia de nuestro continente." La cosmovisión de Arguedas propone la rebeldía, la comunicación con los hombres y el universo, la solidaridad y el combate, la épica. La de Vargas Llosa le opone el fracaso, la incomunicación, el individualismo, la soledad, el miserabilismo. Mejor no soñar, susurra Vargas Llosa. Arguedas, en cambio, sugiere que el hombre debe justamente soñar, puesto que a través de la imaginación original y originaria a través del acto poético que funde hombre con universo, puede salir del abismo de hiel, cada vez más hondo y extenso, donde ya no podrá llegar ninguna voz, ningún aliento del rumoroso mundo. Pero claro, Arguedas y Vargas Llosa sólo representan aquí dos corrientes, dos líneas ideológicas, dos dialogantes, dos protagonistas de una guerra ideológica: el enfrentamiento entre una concepción individualista y una concepción colectiva de la historia.
Literatura y Revolución
No hay sociedad sin arte. El Neanderthal se transforma en hombre cuando comienza a elevar monumentos funerarios hace aproximadamente cincuenta mil años. Desde entonces ha progresado a través de revoluciones técnicas y sociales. El arte es la expresión más alta, pero solo una de sus expresiones. El arte nace de una sociedad y no hay ubicación posible para una teoría de la Literatura sin referencia a la realidad histórica. Y esa realidad es hoy la revolución política. Si nuestras tesis son exactas, la Literatura de América –y esto contra la voluntad de algunos de sus protagonistas– ha jugado y juega un papel profundamente revolucionario. Un trabajo revolucionario que en ciertos momentos históricos coincide con el trabajo revolucionario social. Y la experiencia histórica nos obliga hoy a revisar las relaciones entre la Política y la Literatura: es decir, entre Estado y Arte. ("Puede ser que espiritual o temporal, tiránico o democrático, capitalista o socialista, nunca haya existido sino un Estado, el Estado perro que habla en humo y aullido." Niestzsche, Deleuze-Guattari). La revolución del arte es paralela a la revolución política. ¿Por qué sólo a la revolución política? ¿Por qué solo una revolución? ¿Por qué solo revoluciones exteriores si sabemos bien que las revoluciones exteriores están condenadas al fracaso sin las revoluciones interiores, sin la superación de la relación Amo-Esclavo, luminosamente esclarecida por Hegel? Y allí se levantan los formidables obstáculos erigidos por milenios de barbarie y oscuridad. Freud mostró los mecanismos de la Iglesia y el Ejército. Pero Francois Roustang ha probado que "Freud, que critica de modo radical los fundamentos de las dos sociedades típicas de nuestra civilización, no pudo, sin embargo, encontrar, un modo social diferente para instalar la revolución interior."
Pero eso nos lleva ya a la vasta perspectiva donde se ejercen no ya las guerras de liberación de pueblos o lenguas sino, para utilizar el verso de Lope de Vega, la mera "guerra civil de los nacidos".
NOTAS
1. Hace poco, una Corte Superior de Justicia de Colombia, absolvió a los masacradores de una comunidad indígena, aceptando el argumento del Fiscal: que los "indios no eran seres humanos".
2. Orígenes y creencias de los indios de México. Colección Obras representativas de la UNESCO.
3. Problema racial en la conquista española. Alejandro Lipschutz
4. Borges, políticamente reaccionario y oscurantista, paradójicamente es un revolucionario de la lengua, y llegará a sostener que el español es "un idioma pobre". Con Borges se cumple la paradoja del avaro, que creyendo acumular riqueza para sí solo, en realidad acumula capital para la sociedad. Su ideología escandalosamente reaccionaria no le impide a Borges atacar la estructura del poder lingüístico, último refugio del reaccionarismo que políticamente apoya. Lo que se comprende menos es la admiración beata, desprovista de crítica, que a Borges le tienen los "revolucionarios" políticos. Pero quizás eso sea la fascinación que la magia de la palabra ejerce sobre las mentalidades primitivas.
5. Borges, escritor colonial se titula un penetrante ensayo del profesor Césare Acutis, de la Universidad de Turín.
6. Helio Jaguaribe ha explicado brillantemente "por qué no se ha desarrollado la Ciencia en América Latina", en su Ciencia y tecnología en el contexto sociopolítico de América Latina.
7. Estudios históricos. Manuel Valladares
8. Essai d'analyse structural du Code Civil francais. Arnaud
"El texto, que no registra fecha, fue citado en entrevistas (también en algunas ediciones de sus libros / JGB) por el mismo Scorza, y comentado por intelectuales. Según su hijo, Manuel Scorza Hoyle, nunca fue publicado.
DATOS
EL ORIGINAL. El texto o ensayo Literatura: Primer territorio libre de América, posee 35 folios, maquiescrito, con correcciones a bolígrafo (algunas en blanco, y otras ilegibles, están en paréntesis / JGB) y está separado por subtítulos (hechos por el autor / JGB). No tiene fecha de redacción ni de exposición.
UBICACIÓN. El ensayo fue hallado en la biblioteca del escritor por la familia. Jaime Guadalupe Bobadilla lo trajo a nuestra redacción. Su publicación parcial fue autorizada por Manuel Scroza Hoyle."
Notas de Pedro Escribano, editor de la página Cultural del diario La República, para su suplemento Fama; el domingo 10 de setiembre de 2006, que en 2 páginas, 1 y 7, anunció la existencia de esta extraordinaria contribución de Manuel Scorza, como homenaje al 48 aniversario de su nacimiento. / Jaime Guadalupe Bobadilla
-- Julio Carmona
Las estructuras de Poder reposan en las infraestructuras de la Palabra. Y al revés: sólo la Palabra puede corroer la estructura de Poder: ningún cambio, ninguna revolución son posibles sin imaginaciones reductibles a palabras. Para conquistar el paraíso se requiere imaginar el paraíso.
América Latina –la india, la nueva, la asiática- es consecuencia de una conquista. (La Argentina y el Uruguay son diferentes porque son productos de aluviones inmigrantes: excepciones). Su constante historia es la dominación. Y el silencio. Las culturas precolombinas no fueron, desde luego, los paraísos de la utopía, pero tenían una Palabra, su Palabra. La Conquista instala el silencio, fractura, destroza el universo imaginativo de los pueblos, para quienes lo imaginativo –léase el Popol Vhu- era la historia. Hay que recorrer, despaciosamente, los deslumbrantes escombros de las mitologías precolombinas, admirar la infinita complejidad de su cerámica o su textilería figurativa o abstracta, evocar su mundo mítico para comprender lo que el silencio de la Conquista significa: la locura.
¿Por qué esas terribles epidemias de suicidios que nos cuentan los cronistas de la Conquista? ¿Por qué poblaciones íntegras de pueblos conquistadores se arrojan a los abismos? ¿Por cobardía? Por locura. La conquista los ha privado de la palabra: la palabra es de otro.
La lengua española aparece, desde el comienzo, como instrumento de dominio, compañera del imperio. En 1492 ocurren en España tres acontecimientos decisivos: el descubrimiento de América, la expulsión de los judíos y la publicación de la Gramática de Nebrija. La Reina Isabel de Aragón no comprendía bien la utilidad de un libro que pretendía enseñar una lengua que todos los españoles hablaban sin Gramática. Escribe Nebrija que cuando la reina le preguntó cuál sería la utilidad de su obra,
Fray Hernando de Talavera me arrebató la respuesta, y respondiendo por mí dijo que después que vuestra Alteza metiese bajo su yugo a muchos pueblos bárbaros de peregrinas lenguas y con el vencimiento de aquellos tenían necesidad de recibir las leyes que el vencedor pone al vencido, y con ellas, nuestra lengua, entonces por esta mi Arte podrían venir en el conocimiento de ella como nosotros ahora prendemos el arte de la gramática latina para aprender el latín. Y cierto así que no solamente los enemigos de nuestra fe que tienen necesidad de saber el lenguaje castellano, más los vizcaínos, navarros, franceses, italianos y todos los otros que tienen algún trato y conversación con España y necesidad de nuestra lengua sino vienen desde niños a aprenderla por el uso, podránla saber por esta mi obra.
Así ve la luz la Gramática de Nebrija: la Ley que el vencedor impone al vencido. Eso será también la literatura o las formas preliminares de la literatura durante trescientos años: leyes de guerra. Pero la literatura no cumple la misma función en todas las sociedades. Ni en todos los momentos. Para los vencidos de América la palabra no es expresión: es refugio.
El tiempo se ha vuelto loco
Porque la Conquista propone –impone- una historicidad metafísicamente intolerable. La gravedad de una conquista no es la ocupación del espacio: es la ocupación del tiempo. El tiempo se ha vuelto loco, clama la desesperación de los postreros poetas precolombinos.
"El mundo está al revés", escribe Guaman Poma de Ayala. Todo lo que queda de la literatura de los testigos de la Conquista repite: "¡El tiempo ha enloquecido!". Porque en la historia que ahora es la única historia no hay lugar para su historia. El drama más terrible no es el pillaje del tener: es el saqueo del ser. La expulsión del Espacio perpetrado por la Conquista es colosal. Cuando Colón la descubre, hay en América 60 millones de hombres. Cincuenta años después la población se ha reducido a 2 millones. Para situar estas cifras hay que considerar que la población mundial de la época es de 300 millones de hombres. La Conquista exterminaría, pues, un quinto de la humanidad. ¿Qué son, en comparación, las exterminaciones de judíos practicadas por Hitler? Pero lo más grave no es la exterminación física: es la exterminación metafísica: mi pasado, mi presente, mi futuro. La historia del vencedor no ofrece resquicio al vencido.
Situemos las cosas: el Poder que destruye, aniquila y oprime en América; destruye, oprime y aniquila también en España. Los tiempos del Descubrimiento de América asisten en España a hambrunas colosales: miles de españoles mueren de hambre en la Península. Y la Inquisición no comienza a quemar libros en América: el Primer Auto de Fe se ejecuta en 1481. En 1500, por orden del cardenal Cisneros se incineraron un millón de libros.
El intento de anular la historia no es una característica exclusiva de los imperialismos occidentales: los aztecas la practicaron. Octavio Paz señala:
Aconsejado por Tlacaétel, el cuarto Tlatoani, Itzcóatl, ordenó la quema de los códices. Con este acto se inició una inmensa tarea que en términos modernos llamaríamos de rectificación de la historia. La desfiguración y enmienda de las tradiciones, los mitos y la teología tuvieron el doble propósito de borrar los orígenes rústicos del pueblo mexica y de sus dioses y, así, legitimar su pretensión de ser los herederos de los toltecas. La decisión de Itzcóatl hace pensar en las falsificaciones de la historia de la revolución rusa durante la época de Stalin y, sobre todo, en la destrucción de los libros clásicos ordenada en 213 aC por Shil Huamg Ti a instigación de un consejero, que como Tlacaetel, era también un intelectual: el ministro de Li Ssu.
En 1502 se establece la censura absoluta
¿Qué quiere la Inquisición? Enumerar sus atrocidades es menos importante que descubrir su sentido. La Inquisición se propone detener el tiempo. Justo en el instante en que el Tiempo occidental se comienza a acelerar, España se detiene. Todas sus fuerzas espirituales se consagrarán, se agotarán, en adelante, en la demencial empresa de paralizar la historia. Así, una locura se sobrepone a otra locura. En España se aspira a paralizar el tiempo. En América el tiempo se ha vuelto loco.
¿Los indios tienen alma? ¿Son seres humanos o bestias parecidas a los hombres? Por encima del cinismo del encomendero ignaro y bestial, la interrogación es teológica, metafísica, y la respuesta es el drama al que se enfrentan los sobrevivientes del Apocalipsis de la Conquista. Porque la historia que propone la Historia es insoportable. Si se puede, en última instancia, aceptar el despojo absoluto en el tener, es imposible aceptar del despojo del ser. Y aceptar esa Historia, la única Historia, es una herida metafísica insoportable: significa la desposesión, la pérdida de la identidad, la locura. Porque los muertos –aunque sean un quinto de la humanidad– son los muertos. "Los muertos se retiran del juego" (Hegel). El drama mayor no es el exterminio físico: es el saqueo metafísico de los sobrevivientes: su locura. Esa locura es el fondo del lecho por donde, en adelante, correrá el angustioso río del ser americano.
¿Por qué el mito?
Para defenderse de esa locura, nace el mito. La pregunta por contestar en la literatura latinoamericana no es por qué sus grandes obras son míticas, sino por qué todas son míticas o propenden al mito (excepto las literaturas argentina, chilena y uruguaya, producto de circunstancias diferentes). La respuesta no puede encontrarse en la literatura: hay que interrogar la historia.
Los sobrevivientes del Apocalipsis de la Conquista se enfrentan a una historia que les discute la condición humana. En el famoso debate Las Casas-Sepúlveda, la discusión llega tan lejos que la argumentación de Sepúlveda, escrita en latín, no se traduce al español sino en (...). Y si en la práctica el Papa Pablo III zanja la polémica con la bula Sublimis Deus, en la práctica la discusión continúa (1). Para los sobrevivientes de la Conquista es imprescindible, es urgente refutar la Historia. ¿Es posible la refutación nacional? Ni intelectual ni políticamente son imaginables. Surge entonces la refutación mítica. Qué espectáculo conmovedor es mirar cómo, hacia 1600, del fondo de la desesperación metafísica absoluta, del extravío total de la identidad, surgen, en toda América, isócronamente, las mismas respuestas míticas. En México, en el Perú, en América Central brota el mismo mito redentor. ¿Qué postula? La impostura de la Conquista. La historia es falsa: los conquistadores no han descubierto América. Mil cuatrocientos años antes que el aventurero Cristóbal Colón que pretende "descubrirla", los Apóstoles de Cristo la recorrieron predicando la Palabra Divina. Tal es el verdadero, el subversivo contenido de libros que sólo hoy podemos entender. Por ejemplo, la Nueva crónica del Buen Gobierno, de Felipe Guaman Poma de Ayala, escrito hacia 1600: monumental y detalladísimo inventario de las instituciones incas. Pero es una obra que comienza con estas extrañas palabras: "El primero que descubrió este reino fue el apóstol de Jesucristo, San Bartolomé, quien saliendo de Jerusalem llegó a estas tierras en la época en que reinaba el Inca Sinchi Roca, regresándose después de haber visitado el Cusco y el Callao." No sólo eso; Guaman Poma de Ayala, descendiente de los reyes de Yarovilca, sostiene:
Cuando Sinchi Roca alcanzó la edad de ochenta años, nacía Nuestro Señor Jesucristo, Salvador de este mundo que en vida subió a los cielos y envió al Espíritu Santo y a sus apóstoles para que pudiesen predicar en el mundo habiendo correspondido hacerlo al apóstol San Bartolomé en estas Indias por espacio de ciento quince años...
Y ofrece "pruebas". El apóstol San Bartolomé bautizó al primer cristiano (Antonio) catorce siglos antes del pretendido "descubrimiento" de América. En memoria del acontecimiento plantó una cruz en Caramuco.
¿Delirio solitario o colectivo? Porque en México surge otra cabeza de la misma serpiente. Exactamente como los quechuas sostienen que el apóstol San Bartolomé predicó en el Cusco, los vencidos aztecas murmuran una herejía semejante: el apóstol Santo Tomás cristianizó México antes que llegaran los conquistadores. Más: en la antigüedad reinó en México un pontífice: el Papa Topiltzin. Jacques Lafaye ha inventariado el mito que nos trasmite el deslumbrante Manuscrito Tovar (2): "Hubo en esta tierra, en tiempo pasado, un hombre que según la relación que hay de él fue santísimo, tanto que aportó a esta tierra a anunciar el Santo Evangelio." El Manuscrito Tovar sostiene que no es imaginación: en México existe un cuero en el que constan "todos los milagros de nuestra fe". En él aparece este hombre que tiene tres nombres: Topiltzin, Quetzalcoa o Papa, "con una tiara de tres coronas". Y así como en el Perú existe la cruz de Carabuco, un testigo –el sacerdote franciscano López Cogolludo– asegura que en el convento de Mérida existe un Cristo Crucificado anterior a la Conquista. Este es un texto proporcionado por Jaime Guadalupe
La necesidad de refutar la historia
¿Qué buscan estos mitos? Refutar la historia, discutir la historia, aniquilar la historia. Porque si San Bartolomé y Santo Tomás cristianizaron América antes que Colón "descubriera" América, entonces Colón es un impostor, y la Conquista una colosal impostura. Así, el mito comienza a roer, a deteriorar, a aniquilar a la historia: es la neblina que oculta la atrocidad del paisaje histórico. La lectura de Levy Strauss es justa: menos que un acontecimiento histórico ubicable en esa cronología, el mito intenta anular la historia de los historiadores. Para que la verdadera historia exista es necesario primero aniquilarla. Porque la historia no está ya ni en el pasado ni en el presente: estará ya en el futuro.
En 1502 se establece la censura absoluta. Pedro Henríquez Ureña escribe:
No hay razones "sicológicas" ni "sociológicas" para que en América no hayamos escrito novelas durante tres siglos, en que escribíamos profusamente versos, historia, libros de religión. La razón es de hecho, aunque raras veces se recuerde: en disposiciones legales de 1532 y 1543 se prohibió para todas las colonias la circulación de obras de imaginación pura, en prosa o en verso ("que ningún español o indio lea libros de romances que traten materias profanas y fabulosas, e historias fingidas, porque se siguen muchos inconvenientes"), y se ordenó que las autoridades no permitiesen o se trajeran de Europa.
Si Miguel de Cervantes hubiera logrado el permiso vanamente solicitado de viajar a América, nunca hubiera escrito, sin duda, el Quijote.
El mito, coraza (cáscara) del porvenir
Expulsados del tiempo y del espacio, los sobrevivientes de las culturas precolombinas se refugian en el único territorio posible: el mito. Porque un pueblo expulsado de la historia no puede retornar a la historia a través de la historia, sino a través del mito. El mito es la coraza que protegerá su ser desvalido: la cáscara que defenderá la pulpa de su futuro ser, la identidad que aguardan en el futuro. Porque en ciertos casos la historia de un pueblo no está en el ayer sino en el mañana. En América, el mito no es un solicitación literaria: es una imperiosa construcción histórica: una necesidad de existencia del ser: el esqueleto que sostendrá la carne de la Palabra recobrada.
No sólo el silencio: se instala el olvido. Agustín de Zárate, secretario del Real Consejo de Castilla, mandado al Perú en 1543, escribe
No pude en el Perú escribir ordenadamente esta relación, porque sólo haberla allá comenzado me hubiera de poner en peligro la vida. Un maestre de campo de Gonzalo Pizarro amenazaba con matar a cualquiera de ellos que escribiese sobre sus hechos, porque entendía que eran más dignos de la Ley del Olvido que de la memoria.(3)
El silencio impuesto por la Ley del Olvido
durará trescientos años
La Emancipación no modifica, o modifica apenas, las estructuras feudales, anacrónicas, injustas. El último virrey español firma la Capitulación de Ayacucho en 1824. Los conquistadores se van, pero la historia sigue ocupada. "Se puede hablar de lenguas ocupadas como se habla de países ocupados", observa Juan Goytisolo. La Inquisición se extingue oficialmente en 1836, pero la Real Academia Española ejerce impunemente su rol policiaco hasta las vísperas de la Guerra Civil Española.
Hay tal distancia entre la realidad y su expresión que la realidad es inexpresable. ¿Expresarla en español? Hacia mediados de Virreinato peruano el extravío cultural es tal que los primeros intelectuales criollos escriben en latín.
Hacia comienzos del siglo XIX, Humboldt, recorriendo Venezuela, tropieza con un caudillo. El caudillo, que escapa de la persecución del enemigo, sabe que cerca de su campamento pernocta el sabio: lo invita a compartir su silvestre hospitalidad: comparten comida y hoguera. El perseguido le cuenta su vida, parte de su vida: audacias, hazañas, triunfos que sólo admiten paralelo en La Iliada. Humboldt escucha maravillado. Se separan al alba. Humboldt conservará siempre el recuerdo de la noche deslumbrante. Años después sabe que el perseguido ha publicado sus Memorias y se desespera por su lectura. Si un hombre perseguido, en la precariedad de un campamento, pronunció semejante relato, ¿qué Iliada no habría compuesto? Lee el libro: la presunta Iliada es un pedestre catálogo de obras administrativas. Humboldt escribe: "Qué lástima que el latinoamericano sea genial hablando y tan torpe escribiendo". ¿Puede ser de otro modo? La palabra latinoamericana es de una riqueza, de una fantasía, de una turbulencia, de un lujo tales que el español imperial –palabra de Otro– no puede, de ninguna manera, contener.
El idioma seguirá ocupado hasta la Guerra Civil Española.
El vacío de poder de la Guerra Civil Española
El imperialismo se ejerce a muchos niveles: nivel económico, nivel político, nivel religioso, nivel lingüístico. Por definición, las líneas de fuerza de un imperialismo no pueden interrumpirse, porque la interrupción crearía un vacío de poder que significaría su desaparición. Los vacíos de poder provocan siempre las revoluciones: Nuevos imperialismos suceden a los imperialismos desfallecientes. En las colonias españolas, el imperialismo inglés sucede al exhausto poder español, y cuando la Primera Guerra socava el poder inglés, aparece el imperialismo norteamericano.
La Guerra Civil Española crea un vacío de poder lingüístico. (Paradójicamente, y por primera vez desde el Siglo de Oro, la literatura española es brillante: Unamuno, Machado, Ortega y Gasset, Alberti, García Lorca, Juan Ramón Jiménez). Pero la guerra apaga la luz de una generación excepcional. La primera víctima será García Lorca. Pocos crímenes han estremecido tan dramáticamente las clases culturales de América Latina. Para los latinoamericanos, García Lorca no era un poeta: era el Poeta. Su asesinato se siente como un sacrilegio: desprestigia por anticipado y definitivamente el fascismo español. Pero la Guerra Civil es el prólogo de la Segunda Guerra Mundial, que interrumpe toda comunicación entre la metrópoli y sus colonias culturales. Y cuando la tragedia europea termina, las Naciones Unidas condenan al franquismo. Y si el repudio internacional provoca una reacción nacionalista paradójico en España, en América Latina el desprestigio del español oficial no sobrevivirá a la condena.
El decenio que sigue a la Segunda Guerra –escenario de las grandes guerras de liberación de Asia y África– será decisivo. Abandonada a su suerte, sin modelos culturales, libre de la opresión de jerarquías ultramarinas, de la tiranía de la Real Academia, a la lengua americana sólo le queda una posibilidad: asumirse. Una generación de escritores geniales derribará las murallas que separan a la realidad americana de su expresión: Carpentier, Asturias, Borges(4), José María Arguedas. No sólo ellos, claro. Hace una generación y más, los poetas asaltan la fortaleza lingüística tradicional: Rubén Darío, César Vallejo, Pablo Neruda han modificado, radicalmente, el sonido del español. Y paralelamente a los poetas, grandes Devoradores del Idioma, los novelistas han comenzado a tomar posesión de las Tinieblas Americanas. Güiraldes, Eustasio Rivera, Azuela, Martín Luis Guzmán, Horacio Quiroga, Ciro Alegría han comenzado a nombrar, es decir, a posesionarse de las misteriosas extensiones del continente. ¿Qué religión o qué filosofía no vincula nominación y existencia? Sólo nombrando, el Ser sale de las Tinieblas. Y nombrando, esos escritores, y otros, se posesionan de la pampa, la selva, las cordilleras, los colosales desiertos del continente vacío.
En 1949, Alejo Carpentier escribe el prólogo de El reino de este mundo: el manifiesto de la rebelión. Pronto será una guerra de liberación. En nombre de lo real maravilloso, Carpentier denuncia el realismo insuficiente, pobre, ineficaz. "Lo real maravilloso es patrimonio de la América entera", sostiene.
Pisaba yo una tierra donde millares de hombres ansiosos de libertad creyeron en los poderes licantrópicos de Mackandal, a punto de que esa fe colectiva produjera un milagro el día de su ejecución. Conocía ya la historia prodigiosa de Bouckman, el iniciado jamaiquino. Había estado en la Ciudadela La Ferriére, obra sin antecedentes arquitectónicos, únicamente anunciada por las Prisiones Imaginarias del Piranese. Había respirado la atmósfera creada por Henri Christophe, monarca de increíbles empeños, mucho más sorprendente que todos los reyes crueles inventados por los surrealistas, muy afectos a tiranías imaginarias, aunque no padecidas. A cada paso hallaba lo real maravilloso. Pero pensaba, además, que esa presencia y vigencia de lo real maravilloso no era privilegio único de Haití, sino patrimonio de la América entera, donde todavía no se ha terminado de establecer, por ejemplo, un recuento de cosmogonías. Lo real maravilloso se encuentra a cada paso en las vidas de hombres que inscribieron fechas en la historia del Continente y dejaron apellidos aún llevados: desde los buscadores de la Fuente de la Eterna Juventud, de la áurea ciudad de Manoa, hasta ciertos rebeldes de la primera hora o ciertos héroes modernos de nuestras guerras de Independencia de tan mitológica traza, como la coronela Juana de Azurduy. Siempre me ha parecido significativo el hecho de que, en 1780, unos cuerdos españoles, salidos de Angostura, se lanzaron todavía a la busca de El Dorado, y que, en días de la Revolución Francesa –¡Vivan la Razón y el Ser Supremo!–, el compostelano Francisco Menéndez anduviera por tierras de Patagonia buscando la Ciudad Encantada de los Césares.
Sí, pero a condición de explicar que lo real maravilloso no es producto de la fantasía literaria, sino una construcción intelectual imprescindible provocada por un trauma histórico colosal. De otro modo, la literatura maravillosa, que es el esplendor y la gloria de la América Latina, propondría una visión peligrosamente ingenua o artificial. La literatura mítica de América es un momento clave de la marcha hacia la conciencia latinoamericana, o mejor dicho, de la América donde el tiempo se volvió loco.
Así se explica por qué la literatura rioplatense no engendra, no podrá engendrar lo real maravilloso. Son sociedades nacidas de aluviones de inmigrantes occidentales exentos de la dramática necesidad mítica, que acomete al resto del continente de orígenes indios, negros o chinos. La famosa frase "Los mexicanos descendían de los aztecas, los peruanos de los incas y los argentinos de los barcos", es de doble sentido. Descender de los incas es ilustre pero también traumatizante, dramático, insoportable. El más miserable de los argentinos no necesita pruebas para demostrar que es un ser humano. Los descendientes de los mayas o de los incas, sí. Los Sábatos, los Borges, los Felisberto Hernández, los Cortázar instalan o destilan sus fantasías de lo imaginario de la cultura occidental. Los libros de Borges sólo tienen sentido en referencia a una cultura europea, y no es ningún azar si en su Libro de los seres imaginarios, Borges enumera todos los monstruos maravillosos de la literatura universal, desde el A Bao A Ru, el ave Roc, los animales soñados por Poe, (...), (...), el dragón, los (...). Pero omite, sistemática pero significativamente, todos los ejemplares de la prodigiosa zoología maravillosa de las culturas americanas.(5)
El fracaso de las ideologías
En el decenio que sigue a la Segunda Guerra Mundial, una teoría de libros ilustres expulsa al ocupante de una lengua donde ya no tiene ubicación: así, la Literatura llega a ser el Primer Territorio Libre de América. ¿Por qué?
Porque la literatura es la única ideología concebida, reflexionada y creada aquí. Las ideologías políticas, religiosas, económicas, o el pensamiento científico –salvo excepciones– han sido pensadas por otros y fuera de América Latina: son transplantes, mimetismos, calcos.(6) Las ideologías son reflexiones sobre los hechos, pero cuando los hechos son ajenos, la ideología es ajena. Ese es nuestro drama: haber forzado a la realidad a introducirse en esquemas teóricos nacidos de otras realidades. Ideológicamente, América Latina es parásita: vive de préstamos. La ideología de izquierda o derecha no nacen del examen de nuestra realidad: son modelos extranjeros adoptados sin discusión intelectual. Y peor: las ideologías nos impiden descubrir la realidad. Estrada Cabrera, el zoológico dictador de Guatemala, que inspiró El señor Presidente, pretendía, como todos los gobernantes, ser un hombre de cultura. Se consideraba émulo de Pericles. Para demostrarlo mandó erigir un Templo a Minerva ante el que se oficiaban fiestas a las que era obligación asistir vestidos a la griega. ¡Sangrienta farsa celebrada cerca de las ruinas de los grandiosos templos mayas entregados a la hierba! Así, grotescamente ataviados de falsos clámides ante falsos templos de dioses falsos oficia la imitación ideológica. Lo dramático: las circunstancias históricas en que padece entonces el intelectual latinoamericano lo obliga a participar en la farsa. Muchos grandes poetas de América, el mismo Rubén Darío –económicamente sostenido por el dictador– no puede evadir la obligación de participar en los dementes festivales. Para ellas, Darío escribe su hermosísima Pallas Athenea
Y tal sigue su culto oculto
hasta que a través del tumulto
de los siglos, su fuente abreva
almas nuevas en tierra nueva,
cuando el conjuro de un varón
todo energía y reflexión,
el templo minervino eleva
que simboliza y que renueva
el recuerdo del Partenón.
Aquí reapareció la austera,
la gran Minerva luminosa;
su diestra algo la diosa aptera
y movió el gesto de la diosa
la mano de Estrada Cabrera.
Pero Rubén Darío sabía bien que quien movía realmente la mano de Estrada Cabrera era el imperialismo americano. Incomparablemente lo diría en su canto a Teodoro Rossevelt.
La literatura puede ser hija de la realidad
La Literatura, en cambio, nace de la hirviente realidad. En ese sentido, es el único sector de la ideología latinoamericana que refleja hechos: no se alimenta con imágenes de hechos deformados por la presbicia de imágenes culturales colonizadas.
Pero hay más: la literatura trabaja con los sueños. Hegel dice que "la verdadera historia de un pueblo sería la suma de todos los sueños que ese pueblo ha soñado en una noche." Por eso es que su visión será siempre más profunda que la visión ideológica, que por definición excluye lo irracional, olvidando que "sólo en los sueños somos sinceros" (Nietszche). ¿Qué otra cosa que expresar las pesadillas de la terrible noche latinoamericana hace su literatura? Si mañana desapareciera el continente y como único testimonio de su existencia quedara su literatura, puede, a nuestros ojos, reconstruir lo que América Latina fue a través de su literatura. Y en ese sentido, mientras no se escriba otra, la verdadera Historia de América: única estructura en verdadera relación con la realidad.
A realidad delirante, expresión delirante
¿Cuál realidad? Hay, en tal sentido, que revisar las concepciones entre realidad y fantasía. Porque muchas veces la realidad es la irrealidad, y al revés, la irrealidad es la única realidad. El guatemalteco Manuel Valladares(7) narra un acontecimiento ocurrido en su país bajo la dictadura de Estrada Cabrera. Durante su gobierno, una plaga de langostas asoló el país ante la indiferencia del Gobierno. Escribe Valladares: "Nada se había hecho para acabar con el voraz acrídido, pero urgía ostentar el patriotismo del gobernante." Y así fue cómo, en el Mensaje ante la Asamblea (Legislativa) se afirmó que una mancha (de langostas) de regular extensión había invadido el país; pero que el Gobierno, con acertadas y rápidas disposiciones había acabado por completo con la plaga y salvado las cosechas. No hubo diputado que mostrara en el semblante el más complaciente asentimiento, por más que cosa distinta le constara; pero sí sobrevino el más aplastante mentís en los momentos mismos de la lectura de aquel, como todos, engañoso mensaje: como por mágica evocación penetraron al recinto mismo de la Asamblea millares de chaputines (langostas) desprendidas de banda tan densa que oscureció la luz del sol. ¿Y qué hace la Asamblea frente al desafío de un voto de aplauso al dictador por haber acabado con una plaga cuya presencia oscurecía el recinto? ¡Niega la realidad y aprueba el homenaje! La realidad se torna irreal. El lenguaje pierde su sentido, y la verdad se transforma en ficción y la ficción en verdad. La literatura fantástica es realismo y la literatura del Poder, fantasía. ¿Qué verdad hay hoy detrás de los Códigos, las Leyes y los Derechos Humanos? Y en ese sentido, no hay en América Latina libro de ficción más fantástico que la Constitución. En América Latina el delirio no está en la palabra: es la realidad. Y la literatura delirante es la única forma de asumirlo: su única posibilidad de salud, su curación, su conciencia, el único medio de recuperar la lucidez. Delaure y Guatari tienen razón: intentar un psicoanálisis de la obra de arte es ocioso. "La obra de arte en sí es un psicoanálisis exitoso, una transferencia sublime plena de ejemplares posibilidades colectivas."
Las paradójicas consecuencias de la incapacidad cultural
La historia es paradójica. El desprecio que por la inteligencia siempre tuvieron las ignaras oligarquías latinoamericanas permitió la liberación de su literatura. Si las oligarquías latinoamericanas hubieran comprendido la importancia capital de la palabra, la palabra no se hubiera liberado. Pero las corrompidas clases gobernantes americanas ejercieron, y ejercerán hasta el fin, un rol parásito: las oligarquías latinoamericanas no producen ni producirán un Tolstoy, un Proust, un Henry James, un Flaubert. Y así como abandonaron el Ejército a las clases inferiores (lo que explica las revoluciones militares de la última época), así como abandonaron la Iglesia a las cunas plebeyas, así como abandonaron la Universidad a la clase media emergente, así como abandonaron el comercio a los señores extranjeros, abandonaron igual la literatura a los sectores sociales inferiores de la sociedad americana. Los grandes escritores de América –con excepciones, desde luego– proceden, casi siempre, de las clases inferiores. ¿Quién es Rubén Darío? Un indio chorotego de Nicaragua. César Vallejo, humilde profesor de escuela. Martí, hijo de celador de Penitenciaría. López Velarde, oscuro periodista provinciano. Mariano Azuela, médico de aldea. Eustasio Rivera, funcionario inferior. Argüedas, condenado a vivir entre esclavos indios. Neruda, hijo de ferroviario. Mariátegui, alcanzarejones de periódico. Y los otros miembros de las pequeñas burguesías pobres que saldrán a (...) en las grandes urbes mundiales: todos vienen (o han pasado) de las profundidades del fracaso, de la miseria, de la humillación, del prejuicio y del desprecio. Todos o casi todos han vivido infancias atroces que ningún éxito absolverá. En su último reportaje concedido a la revista Crisis, Neruda dice:
Yo creo que también tengo ese sentimiento de pobre de nacimiento en los grandes restaurantes, en palacios o embajadas o en grandes hoteles. Me parece que, de repente, van a notar que estoy de más allí y que me van a decir: ¿Qué está usted haciendo aquí? ¿Por qué no se va? Yo siempre he tenido ese sentimiento desagradable de no pertenecer a tal cosa, a tal grupo.
Sentimiento de injusticia y cólera que da su carácter específico a la literatura. De ahí la misión reivindicatoria política, ética del escritor latinoamericano. Sus obras mayores no nacen para sostener la realidad: surgen para demostrarla, para demostrar su injusticia, su atrocidad, su podredumbre irremediable.
El modelo lingüístico lo establecen siempre las clases dominantes. La lengua de los señores es la única lengua. ¿Se concibe a los reyes hablando con los campesinos? "Produciría hilaridad la propuesta de que las clases dominantes inglesas adoptaran el modelo lenguaje de las clases trabajadoras", dicen Nwemeyer y Edmods. En América Latina ocurre, justamente, lo contrario: el modelo cultural que se impone en la literatura no es el de las clases dominantes, sino el de las clases inferiores en contacto con la compleja riqueza de las nuevas lenguas. Por eso, a medida que el lenguaje de la literatura latinoamericana se hace más rico, el lenguaje de las clases dominantes y de sus lacayos intelectuales se hace más pobre: se pudre.
Novela, Plaza Mayor de la Historia
En un continente donde prácticamente nunca ha existido la libertad de expresión, el terreno liberado por la Literatura –sin desearlo– se convierte en la Plaza Mayor del Continente: el único lugar donde puede publicarse la infamia de la realidad: jurisdicción extra a la violencia del sistema.
Con el Facundo de Sarmiento (que al mismo tiempo es un escritor típicamente colonizado), se inicia un movimiento que, sin desearlo, la llevará a convertirse en una Corte Suprema de Justicia Histórica: instancia final donde se juzgan las atrocidades amortajadas por el silencio impuesto por la realidad. Lo que el Poder obliga a callar, lo que el periodismo no puede o no quiere revelar, lo que la política falsifica o tergiversa, encuentra voz en la literatura. Y cuando una causa se pierde en todas las instancias nacionales y es condenada a la desaparición y la amnesia, se puede apelar a otra instancia: la Literatura. Y reabrir el expediente. Se puede aprisionar o ejecutar a todos los escritores de un país, pero es imposible apresar y ejecutar, al mismo tiempo, a todos los escritores del continente y, aunque así fuera, quedarían los libros: apelaciones a la conciencia universal: una literatura que circula en todos los idiomas cultos de la tierra es una instancia extraterritorial fuera del alcance de los excesos de cualquier Poder. Así como los judíos atraviesan las diásporas congregados alrededor de la Biblia, los pueblos latinoamericanos atraviesan las ordalías de su desesperación reunidos alrededor de su Literatura: rol desmesurado y peligroso que no todos sus escritores son capaces de asumir.
Liberación sin Revolución
Hecho sin antecedente: la liberación de la palabra de los pueblos latinoamericanos es una guerra ganada sin la intervención de la revolución política. Porque en casi todas las sociedades donde las clases poseedoras pierden la palabra, su recuperación es producto de una revolución o de la expansión de un imperialismo. ¿La poesía de Maiakovsky o el Cuadrado blanco sobre fondo blanco son concebibles sin la revolución rusa? ¿El muralismo sin la revolución mexicana? La literatura latinoamericana: único ejemplo de una liberación que no es consecuencia de una toma de poder político. La literatura norteamericana, quién lo duda, es una literatura rica, poderosa. Pero detrás de ella está el poder de sus fundaciones, sus universidades millonarias, el control del periodismo mundial y, a la larga, el poderío de la Sexta Flota.
Liberación: ¿para qué?
Literatura: Primer Territorio Libre de América. Pero, ¿para qué? ¿En beneficio de quién? La emancipación política se ejecuta en usufructo exclusivo de las oligarquías criollas: no modifica la atrocidad de la estructura social, y muchas veces la empeora. La liberación de la palabra corre los mismos riesgos que afronta cualquier territorio liberado: su explotación por una clase o por otro poder imperial.
No hay una, hay muchas Américas Latinas –india, negra, china, caribeña–. Y dentro de América Latina hay clases sociales. En esas clases se expresan ideologías literarias en lucha. Ignorarlo es una peligrosa ingenuidad. Porque simultáneamente con la liberación se da una disputa por la palabra. ¿Entre quienes? Entre dos cosmovisiones diferentes de América.
Pero situemos el debate. El esplendor de la novela en Occidente coincide con el apogeo de la burguesía. El clásico análisis de Marx sigue vigente: "la burguesía ha jugado en la historia un rol eminentemente revolucionario. En todas partes donde ha conquistado el poder ha destruido las relaciones feudales patriarcales, idílicas. Todas las relaciones variadas que inician al hombre feudal a sus superiores naturales, son rotas sin piedad para que no subsista, entre hombre y hombre, otra relación que el interés frío, las duras exigencias del pago al contado. La burguesía ha ahogado los escalofríos sagrados del éxtasis religioso, del entusiasmo caballeresco, de la sentimentalidad pequeño burguesa en las aguas heladas del cálculo egoísta. Ha suprimido la dignidad del individuo transformándolo en simple valor de cambio. Ha sustituido las innumerables libertades tan duramente conquistadas por la única e implacable libertad de comercio. En una palabra, la explotación que ocultaban las ilusiones, religiosas y políticas, han sido sustituidas por una explotación abierta, desvergonzada, directa, brutal. La burguesía ha despojado de su aureola a todas las actividades consideradas hasta entonces con sacrosanto respeto y venerable. Ha transformado al médico, al jurista, al sacerdote, al poeta, al hombre de ciencia, en asalariados a su servicio."
Peor que eso: el triunfo de la burguesía es el comienzo del fin del espacio. No es un azar que la contabilidad por partida doble —el Debe y el Haber, que serán el comienzo de la deuda infinita— se invente en la República Veneciana, en la aurora del capitalismo. El capitalismo es una redistribución del espacio y del movimiento. Ya nunca más el espacio será infinito ni el movimiento libre. En adelante, el hombre sólo podrá existir en referencia a un punto fijo del espacio. Andre Jean Arnaud ha mostrado lúcidamente la imposibilidad de existir en una sociedad burguesa sin respetar las reglas de juego. La paz burguesa obliga al entallamiento, a la instalación definitiva.(8)
A partir de la Revolución Francesa —y de sus ecos coloniales— el hombre está obligado a justificar su existencia desde el nacimiento hasta la muerte. Y más allá. El año 1977 un grupo de importantes pintores franceses organizó la exposición Guillotina y Pintura en honor del pintor Topino-Lebrum, guillotinado en plena Revolución Francesa bajo el cónsul Bonaparte. Tan impresionante como la exposición es saber —gracias al brillante estudio de Alain Joufray— que en la Biblioteca du Quai des Orfévres es posible consultar todos los documentos relativos a los condenados a muerte por guillotina... cien años después de su ejecución. Porque las revoluciones pasan pero los archivos quedan.
La burguesía latinoamericana no puede eludir las leyes históricas que la obligan a cancelar el espacio. Y cuando Vallejo enfrenta a doña Bárbara y a Santos Luzardo (es decir, el artificial. conflicto "Civilización y Barbarie"), ¿qué quiere Santos Luzardo? ¡Erigir un cerco! Redoble por Rancas ha demostrado claramente lo que significa un Cerco.
Hasta 1940 la literatura latinoamericana fue 'patriarcal, idílica'. Pero a medida que se modifica la relación de clases en el nuevo contexto impuesto por el imperialismo americano, la pequeña burguesía latinoamericana exige el fin del espacio. Este es el fondo del vano debate entre literatura campesina y literatura urbana, o literatura "pura" y literatura "comprometida". Por eso, inmediatamente después de la liberación de la palabra se inicia la disputa por la palabra: la guerra civil que divide hoy a la literatura latinoamericana. Porque se trata de una disputa de poder que sobrepasa los actores accidentalmente en conflicto. Ningún texto lo muestra mejor que el Diario que el genial José María Arguedas escribe entre su último intento de suicidio y el suicidio (El zorro de arriba y el zorro de abajo). Hay, a lo largo de estas estremecedoras páginas, un conflicto entre Arguedas y Julio Cortázar -que lo había llamado públicamente "novelista provinciano"-. Pero en realidad, en el sentimiento de Arguedas, que -no olvidemos que es uno de los mayores novelistas de la América Latina-, enfrentará, de un lado, una corriente que estaría formada por Rulfo, Vallejo, García Márquez; y del otro, Cortázar, Carlos Fuentes, Vargas Llosa.
¿De qué se queja Arguedas? "La última vez que vi a Carlos Fuentes lo encontré escribiendo como a un albañil que trabaja a destajo. Tenía que entregar la novela a plazo fijo. Almorzamos, rápido, en su casa. Él tenía que volver a la máquina. Dicen que eso mismo le sucedía a Balzac y a Dostoievsky. Sí, pero como una desgracia, no como una conducta de la que se enorgullecieron". ¿Que acaso no hubieran escrito lo que escribieron, en otras circunstancias? Quién sabe. ¿Qué otra cosa iban a hacer con lo que tenían en el pecho? Perdonen, amigos Cortázar, Fuentes, tú mismo Mario (Vargas Llosa). Creo que estoy desvariando, pretendiendo lo mismo que ustedes, eso mismo contra lo que me siento irritado. Puede que ustedes no tengan mejor, o más y menos razón que yo. Hay escritores que empiezan a trabajar cuando la vida los apena no tan libremente llegado sino condicionado, y están ustedes, que son, podría decirse, más de oficio. Quizás mayor mérito tengan ustedes, pero, ¿no es natural que nos irritemos cuando alguien proclama que la profesionalización del novelista es un signo de progreso, de mayor perfección? Vallejo no era profesional, Neruda era profesional. Juan Rulfo no es profesional. ¿Es profesional García Márquez...? Moliere era profesional, pero no Cervantes.
Y es que Arguedas, que escribe por goce y necesidad, no comprende que la burguesía despoja de su aureola al poeta para transformarlo en un asalariado. No entiende, no entenderá nunca la concepción de la literatura de Vargas Llosa. "El escritor debe trabajar como peón". Pero más allá no ha entendido que en la sociedad burguesa –a la que él transmite el soplo agónico de un mundo mágico–, "la única elección posible es escoger entre el aburguesamiento y –en caso de rechazo de la reflexión– la muerte (perpetrada por el grupo contra aquel que se excluye) o el suicidio" (Arnaud). Arguedas se mata.
Pero el problema no es padecer sino comprender. El Territorio Liberado de Literatura Latinoamericana es hoy escenario del conflicto de las cosmovisiones producidas por la guerra de clase y enfrentamientos de civilizaciones. Ariel Dorfman ha señalado que entre Arguedas y Vargas Llosa hay "dos modos radicalmente opuestos de ver el mundo: las dos cosmovisiones que en este momento se disputan el futuro cultural de América, los dialogantes en una conversación que es la esencia de nuestro continente." La cosmovisión de Arguedas propone la rebeldía, la comunicación con los hombres y el universo, la solidaridad y el combate, la épica. La de Vargas Llosa le opone el fracaso, la incomunicación, el individualismo, la soledad, el miserabilismo. Mejor no soñar, susurra Vargas Llosa. Arguedas, en cambio, sugiere que el hombre debe justamente soñar, puesto que a través de la imaginación original y originaria a través del acto poético que funde hombre con universo, puede salir del abismo de hiel, cada vez más hondo y extenso, donde ya no podrá llegar ninguna voz, ningún aliento del rumoroso mundo. Pero claro, Arguedas y Vargas Llosa sólo representan aquí dos corrientes, dos líneas ideológicas, dos dialogantes, dos protagonistas de una guerra ideológica: el enfrentamiento entre una concepción individualista y una concepción colectiva de la historia.
Literatura y Revolución
No hay sociedad sin arte. El Neanderthal se transforma en hombre cuando comienza a elevar monumentos funerarios hace aproximadamente cincuenta mil años. Desde entonces ha progresado a través de revoluciones técnicas y sociales. El arte es la expresión más alta, pero solo una de sus expresiones. El arte nace de una sociedad y no hay ubicación posible para una teoría de la Literatura sin referencia a la realidad histórica. Y esa realidad es hoy la revolución política. Si nuestras tesis son exactas, la Literatura de América –y esto contra la voluntad de algunos de sus protagonistas– ha jugado y juega un papel profundamente revolucionario. Un trabajo revolucionario que en ciertos momentos históricos coincide con el trabajo revolucionario social. Y la experiencia histórica nos obliga hoy a revisar las relaciones entre la Política y la Literatura: es decir, entre Estado y Arte. ("Puede ser que espiritual o temporal, tiránico o democrático, capitalista o socialista, nunca haya existido sino un Estado, el Estado perro que habla en humo y aullido." Niestzsche, Deleuze-Guattari). La revolución del arte es paralela a la revolución política. ¿Por qué sólo a la revolución política? ¿Por qué solo una revolución? ¿Por qué solo revoluciones exteriores si sabemos bien que las revoluciones exteriores están condenadas al fracaso sin las revoluciones interiores, sin la superación de la relación Amo-Esclavo, luminosamente esclarecida por Hegel? Y allí se levantan los formidables obstáculos erigidos por milenios de barbarie y oscuridad. Freud mostró los mecanismos de la Iglesia y el Ejército. Pero Francois Roustang ha probado que "Freud, que critica de modo radical los fundamentos de las dos sociedades típicas de nuestra civilización, no pudo, sin embargo, encontrar, un modo social diferente para instalar la revolución interior."
Pero eso nos lleva ya a la vasta perspectiva donde se ejercen no ya las guerras de liberación de pueblos o lenguas sino, para utilizar el verso de Lope de Vega, la mera "guerra civil de los nacidos".
NOTAS
1. Hace poco, una Corte Superior de Justicia de Colombia, absolvió a los masacradores de una comunidad indígena, aceptando el argumento del Fiscal: que los "indios no eran seres humanos".
2. Orígenes y creencias de los indios de México. Colección Obras representativas de la UNESCO.
3. Problema racial en la conquista española. Alejandro Lipschutz
4. Borges, políticamente reaccionario y oscurantista, paradójicamente es un revolucionario de la lengua, y llegará a sostener que el español es "un idioma pobre". Con Borges se cumple la paradoja del avaro, que creyendo acumular riqueza para sí solo, en realidad acumula capital para la sociedad. Su ideología escandalosamente reaccionaria no le impide a Borges atacar la estructura del poder lingüístico, último refugio del reaccionarismo que políticamente apoya. Lo que se comprende menos es la admiración beata, desprovista de crítica, que a Borges le tienen los "revolucionarios" políticos. Pero quizás eso sea la fascinación que la magia de la palabra ejerce sobre las mentalidades primitivas.
5. Borges, escritor colonial se titula un penetrante ensayo del profesor Césare Acutis, de la Universidad de Turín.
6. Helio Jaguaribe ha explicado brillantemente "por qué no se ha desarrollado la Ciencia en América Latina", en su Ciencia y tecnología en el contexto sociopolítico de América Latina.
7. Estudios históricos. Manuel Valladares
8. Essai d'analyse structural du Code Civil francais. Arnaud
"El texto, que no registra fecha, fue citado en entrevistas (también en algunas ediciones de sus libros / JGB) por el mismo Scorza, y comentado por intelectuales. Según su hijo, Manuel Scorza Hoyle, nunca fue publicado.
DATOS
EL ORIGINAL. El texto o ensayo Literatura: Primer territorio libre de América, posee 35 folios, maquiescrito, con correcciones a bolígrafo (algunas en blanco, y otras ilegibles, están en paréntesis / JGB) y está separado por subtítulos (hechos por el autor / JGB). No tiene fecha de redacción ni de exposición.
UBICACIÓN. El ensayo fue hallado en la biblioteca del escritor por la familia. Jaime Guadalupe Bobadilla lo trajo a nuestra redacción. Su publicación parcial fue autorizada por Manuel Scroza Hoyle."
Notas de Pedro Escribano, editor de la página Cultural del diario La República, para su suplemento Fama; el domingo 10 de setiembre de 2006, que en 2 páginas, 1 y 7, anunció la existencia de esta extraordinaria contribución de Manuel Scorza, como homenaje al 48 aniversario de su nacimiento. / Jaime Guadalupe Bobadilla
-- Julio Carmona